JESÚS
SANOJA
HERNÁNDEZ
PROYECTO didáctico
DE DIFUSIÓN DE ARCHIVO
La mágica enfermedad
y otros poemas
La mágica enfermedad
Otros poemas
Frente a un barco
La llegada a puerto de seres y cargamentos. Sandro se acuesta
entre el pavo real y las nubes, de buena gana comería
junto a la sombra.
Toda la ola está hirviendo, Bolívar escucha
tras el muelle, el perfume es sordo, como vino añejo
se pega a los labios, tan abiertos.
Corazones congelados, el negro que cruza hacia las cajas,
gaviotas empapadas en salsa de manzana, ese pudridero
en el rincón, cerca, muy cerca del mar más claro,
lejos, muy lejos de calles que dan al universo.
Como ángeles bajan los rayos, invariablemente puntiagudos,
y frente al promontorio más lívidos, menos seguros
donde el puerto extiende bello pergamino.
A cada golpe de agua sobrenada potencia de sal
y el bautismo de las uvas asciende y cae, o es la mirada
lo que asciende y cae,
o es el trecho cubierto por legiones ciegas
entre calores que flotan, vahos que sudan,
buques que gimen como toros en acecho.
Mr. Hood toca el torso grasoso de los indígenas,
dos tiburones se enfilan hacia el horizonte
y la mujer parece amante frágil
cuando muerde la guayaba, cuando en redes asoma
sustancia pulposa y ebria. Mr. Hood
y sus hijas rubias, una de ellas tuerta,
extienden las manos hacia Oriente,
en eso el cielo cruje, en eso la paloma luce, en eso
250 fardos
abren las puertas de la aduana.
Mr. Hood toma el larga vista, Mr. Hood dice ¡Oh!
¿Por qué?
Desciendo de mi havre a un enorme hueco
que lanza bocinas en el Orinoco.
Hay un error de cielo en esos papagayos,
una neblina en techo de color saliéndose a ojos
por puertas falsas, luces, claraboyas.
El bote se inclina hacia el agua menos quieta
y quedo flotando en la eternidad:
hacia aquí,
hacia allá,
y las yerbas de la parte alta,
ya limosas, con una baba de profundidad que fue raíz
duermen a mi costado
como una mujer tristemente adherida en gelatina.
Salta el porqué entre las anclas, obstinándome.
Viendo el bosque
El bosque se ilumina en bejucos, salen sus gritos
de transparentes gallos, acumulados cristales
a ras de fuego arman escape al igual que orquídeas
y zumban toros fantásticos en el centro de la llama.
Sea el brillo. Y su espanto metido en clavo
sobre la tabla del espíritu. Sea el copete colorado,
el incendio en curvas, el violáceo anuncio de sequía,
la sacudida de orejas en cada animal que corre, la esmeralda
en la fiera sin lomos, el papagayo dulce entre las lianas.
Antes de caer
el agua
en este turbulento huerto de los dioses.
Pájaro
Allá va el azulejo entre montes y aparejos,
el minué muerte en su ala es aguja, fibra pequeña
de su canto maltrata insectos silvestres, piñas de color.
Allá va el tucusito rondando su corazón de magia
y lanzando en tijera, en pico, en agradable pluma
sobre un sueño que choca, gongorino, en el verano.
Allá rasga el perico gorgorán de cielo, falsifica
sombras para lanzas de escarmiento, verdes amores.
Allá cierra un ojo un moriche y desentona y deshilacha
y a medianoche es sepulcro lila, final de elipsis,
y vuelve de mañana con cuerdas de Bach en el trino.
Allá doblase el turpial en gonzalito, la trenza farsante
anúdase en locura, evidente cava de deseo, peligro.
Allá va lo elevado, latido de los ángeles, más, más
inquina en el espacio, invento del tiempo sobre matas
para instalar ritmos por detrás, arriba, en las señales,
mientras la música troza corolas y pone fuegos y perfumes.
Troya interior
El que fue buscador de oro mira entre Moisés y el caballo,
se lleva una naranja al corazón, respira montes en el cuello,
salta con su pañuelo hacia donde está el contrario, el aire
se rompe en botellas, se dilata, y una malla de plateados
cubre los techos, inclinándose los mangos bajo las saetas,
yendo las mujeres hacia la plaza, vestidas con trajes floreados,
gritando sus almendrones dentro de hirviente eternidad.
Aquella mina valía un imperio, aquellos ríos serpeando
entre el espíritu, la soledad sin muros,
el que fue buscador de oro pone la frente sobre el árbol,
su cuerpo va enmudecido, se sujeta, se encadena,
no lejos la laguna recibe brazos lustrosos, la fama
gira en remolinos hacia el Este. Aquellos aluviones
como un peso de gloria, los siete colores de Moisés
tendidos en el arco, así pues en qué piensa el explorador,
por qué cae, por qué da vueltas en torno a los jóvenes
y llora fácilmente en cuanto el crepúsculo se borra.
El tesoro de quien hizo la guerra en otros tiempos,
Y el enigmático, y un trueno que es como garfio
agarrado al pensamiento, y el sosiego por un lado,
el incendio alrededor, Troya que se ha metido
entre él y acá, a la sombra de una distancia devorante.
El tirano
El pez vivo como un caballero medieval, algo reluciente
en sus dedos de nave, ese pez que nada en la historia
de aquí a allá, de acá a la vagina caprichosa del amor,
ese pez no importa que muera y quede, podrido, en su desgaste;
un pez así es breve escalofrío de la existencia.
Más príncipe que el sol, ese pez de siempre es ahora,
es escama, es tiempo sedicioso, una marejada floral
sobre pardas rocas, la vanidad bañada en aguas súbita.
El pez en la mudez obscena. El tiempo con sus movimientos
en la cifra. Bate el mar y llega a cúpula, a designio.
Dios, es de día, vengo
Dios no existe en lunes, desenvuelto sobre tierra
en tono tierno o abriendo los quejidos del veneno.
Dios oculto en su cuchillo y dejando una tinta siena
sobre el buey tirado en la sabana, comedor del cielo.
Dios que vino a bordo y púsose a oler pasionarias
y a escalar muros y a darle vueltas y más vueltas a la casa.
Dios mate, Dios que quiso besarte cuando dormías
y decirte eres flor, eres sigilo, carga, desamparo.
Dios a quien, si lo sorprendo, habrá de hincarse
y pedirme perdón y explicarme llagas de los mártires,
Dios que prosigue en el ser, pero que atonta.
Dios como un sombrero sobre el grito de todo el mundo.
Dios
y su alfiler,
Dios, es de día, vengo.
Acá
Colocado lejanamente: Venus :
Una manzana marina que se pierde por prados de oro:
Una tumba radiante, una corona del espacio:
Y alas luminosas cuyas plumas abren mansiones.
Solo en su nave El Primero:
casco remojado en infinito, casi número del ímpetu
y esfuerzo del orgullo dentro del círculo tenaz:
ternura del amaranto, más allá granate, palabra malva:
hombre ulterior, sedoso, y agónico en el acto,
una merluza,
tragando polvos en aquel espeso vapor de incentidumbre:
una brasa de aluminio rozando la pera del universo.
Significa sacramente:
belleza de la salud cuando es misterio, el privilegio
de estar echado como trono asirio y al mismo tiempo
agarrarse de la gracia con un tubo, alborotarse como ave
en la eternidad, bajar suavemente hacia el abismo:
un vientre de esferas, una estrella que grita sobre Juan Griego,
varias islas entre luces, vinos, metales, Verbo cuajado
de amor y hasta bárbaro, boya en medio de la nada:
y excitación vidriosa en un silencio de estambres.
Finalmente: acá de planeta
fuente de resplandor todavía en soledad.
Fenómeno celeste
Cambio de planos en las alturas, joyas,
desahogo del espacio en una red.
La peripecia del rayo es triste reino
diez mil años más tarde del fulgor.
Virajes de neblinas, tumba y huele la inmensa azucena
al envolver pupilas sin reposo:
llueve mucho:
llueve hasta quedar ciego el ejercicio luminoso.
Desgránase el párpado
frente al celaje, corren cabras como ante un cazador de miedos,
se comprime el cilindro, ya es un flujo de sustancias
y una cirugía de sueños
y un trago.
Permanezco. En el techo se apaga una gran máquina,
entra por los árboles una manga de astro, toda la operación
es silenciosa, y lo hueco crece para inflar sonidos
y seguir a oscuras dentro del grano.
Lentísima palabra como un lamento.
Máquina de ahora
Va naciendo temor en el engranaje, el no de la pausa,
y perdiéndose la esperanza de vencer, el sí de la pelea,
tragaluz en el candado, herraje en las ciudades,
posibilidad trunca en cada cuarto.
En un hermoso abrazo el escogido felicita al héroe
y éste se conturba; porque le falta tiempo,
porque no puede visitar a su madre, porque junta sueldos
y vive en ínfima condición, filtrado por el miedo.
A punto de que lo consideren abatido, brinda y exalta
y va sentándose con el segundo, con el quinto,
y canta como si fuera día de fiesta y en su voz
no hay limadura, ni afrenta, ni violencia.
Adentro está la máquina. Exaspera. Y por más
que él se balancee a la derecha, algo lo inclina a la izquierda,
y la subsistencia se hace hiladiza
y el aceite se sobrepasa en lo profundo.
Allí está la fábrica sacando azules enlatados
y amores con tuercas y rígidos maniquíes de pasión.
allí los mecanismos dando saltos salvajes
en frascos con tapas de lujuria, en paraísos
con serpientes de cien hojas.
Y el héroe no alcanza el cielo,
lo agarran manos, pinzas, hierros de amplia boca:
y así se goza, no tanto a solas como el fecundado
por multitudes que aman con piezas voladoras.
Tiempo
Sobre la mancha de 1960, monocroma
y desvinculada en órganos que se aman,
vive esa máquina infinitesimal, loca, enrarecida
por el contacto de los estambres y el verde
tenaz del gato.
Una punta
de la flor del universo
gime,
la pobre llueve sus garras
de asombro,
puntiaguda y ámbar de roces
Una caída se equilibra con otra
en el mar de los sueños
y balancea la luz
grandes ramos de donde cuelgan
pelusas doradas, lances.
Todos los corazones se reúnen
Y empiezan a sangrar sobre el océano,
ofrécese la materia en desnuda
pierna,
ofuscada mirada de ángeles
y piezas sueltas, un martillo pálido,
dos tuercas, el motor silencioso
cadáver,
número postrado en el cielo de la nada.
Abrazada la máquina al anillo,
desciende,
quedamente se va hundiendo
en grises que penetran por confines.
Al fin reposa, desmontada y yerta para siempre.
Visiones
Niebla el primer mes y antes de la muerte,
aunque ahora vea turquesas a través del vidrio.
polvareda sobre las azoteas, penuria en los acordes
y cien veces torcida la fórmula del trato.
Dardo en el ardid del tiempo, reja del mundo
a pedazos sobre el siglo como cangrejo de mar,
otra vez caña con picante ruido de mutilación
y fruta cortada, sangrante, en solidez de choque
contra la madera o cilindro de gran estrella.
Al décimo mes aquí y allá la real podredumbre
en rededor del animal, y los senos desgarrados
y el espacio seco cuando ya penetre el humo
por ventanas, con garzas, en lujosas amatistas.
La ciudad aniquilada y los distritos divididos después del
pillaje, todo poseído sin sorpresa, casi a petición de una boca
que devora por amor acto. El fuego como albergue solar y
la danza de la llama en el momento en que los sacerdotes
suenan cigarras y espantas yerbas y tabacos. Sin dilación, la
tierra se ha abierto como una mujer y hay toques de ultramar,
laberintos que se cierran, miedos en las llaves, ejércitos sin
escudos llorando al pie de un edificio.
Cabriolas de infinito, el seis muestra su cara.
Ha vencido y sólo péscase engaño en la voltereta del dado,
sólo fuga, sólo partes de lo que fue íntegro
y ardía como caballo, saltaba como un astro, vivía,
soltaba y trepaba, miraba disparos en la noche.
Una vez más la claridad se pierde entre pestañas.
Gran ciudad
Para alborozo, gran ciudad incendia geranios
apretados de tercer sol. Casi quiebra cielos,
aniquila bosques, echa al infinito los despojos
estirándose a todo pulmón en la lluvia palpitante.
Gran ciudad canta entre las brumas, parándose enarca
eléctricas señas con propósitos de siempre. Lo oscuro
arranca desde el cerro, sorpresa para la tarde,
ese grupo de la rotación, ese engrudo del planeta.
Ellos suben al hotel, desde allí más prisión,
y la marca del norte viene dando mordiscos,
esto ya sucedió, ya fue aguacero el otro día
y ya en el aire chocaban como palomas locas.
Gran ciudad guarda cabellos en los automóviles
y al encenderse los faros de neblina, pulga girasol
socava la fe, pica en el órgano, y de otras orillas
viene música de carnes, inmensa gotera de reposo.
Gran ciudad en un barco bamboleante frena sus relámpagos
y su glu-glú espectral engarza con la bóveda.
En una silla se había sentado la pelambre del espíritu.
Besos
Con la letra B se escriben ciertas palabras:
brujas, biblia, balde, berrido, brote,
colmada como ahora la ostra de la muerte, al revés
el órgano visual, espantosa y cerrada en las partes de sal.
La mujer brilla en forma de dos estrellas, una hacia mi pata,
otra con el tedio de anoche, con lenguas y congoja.
muy joven, puedo ser vencido, muy violento, pueden matarme,
yo, el perro de Venus, el ganado del deseo
que promueve voces contra el vestido,
ella, el leopardo fecundado que juega con una pelota en la cama,
yo, maraña ante la traición, y ella y yo,
hasta que grupas, una rueca sin pasado y un revuelco,
y ella por cuarta vez, la verde isla,
la mágica enfermedad.
Tengo de cenizas lo que estorba en prisión
y endurezco demasiado en la memoria de las guerras.
Lo que escribo de noche, lo corrijo de día,
pero no hoy, demasiado visible, y con ella
a remolque de opresión, zona atrasada de lo blando,
canto inverso el movimiento.
Ella tupe su velo, carnal, nunca seré débil, nunca más,
tentación de sarna y telas, Valle Hondo
donde se hechizó mi foso, mis culebras.
No más. Dormirme. No más.
Posibilidad
Ofrécese yerma a golpe de cinco,
él bufa entre turbia y boca de río,
halaga con flores y canta agustines,
salve marías en antiguo libro azul,
enciende versos y semeja un vaso,
un sueño gótico, la espuma de Van Gogh,
ellamente mía, soy tuya, disoluta cuando llora
no estallaría con más amor si mi dureza, etcétera,
y la copa y el acto de abrir y cerrar, y si los famosos caballos,
soportaran, no murieran, pasearan entre las ruinas
para así dar estrellas, lanzar espadas.
Ella acicalada y tirada de espaldas
como eje de un puerto que llamarea a manera de sol.
Parece una serpiente dándome inminencia,
si fuera habitable, si en ella cayeran amenazas,
pondría besos en su ingle para siempre.
Si agarra sus insectos, sus pactos, su alegría,
si se colmara y no dejara tendida
cruelmente su red en cualquiera parte, sus uvas de guerra.
Tal vez entonces.
Cierto mago
Fuiste pulpa y te acabé con labios
sacando a lo lejos la probabilidad maestra.
Fuiste miedo cuando puse mi reloj en el rincón
para salir dando saltos japoneses. Fuiste juego.
Sería entonces perverso si viera tu caída
en el fondo ajena, mil veces océano con ciudad hundida,
goce planeado por resignación y plazo.
Fuiste sabiduría para encantar mi alma con enigmas
y llevarme a controversia, el más ambicioso, el comediante
más enlazado con los secretos, puente de la verdad
entre tú misma y la superficie maravillosamente viva.
Sería ahora escena y tendrías en mí la pantomima,
si mago de Atlántida
transformara naranjas u ojos de gigante
en filos, en tajos, en chasquidos de venganza.
Pareja
Finjo no escucharla, acostado a su lado
y en actitud de estar cerca, y tan sólo eso, en corazón;
verla allí suelta y tan sólo eso, tendida y tan sólo eso,
tan sólo mujer y lujo tolerable.
Simulo placer finamente ligado a su cuerda,
ella vibra donde habría antes sonido mustio
y le sale por la boca una espuma de sueño.
Entre el milagro y las paredes
la mariposa aletea después de pasar mala noche
y asomar su resistencia; da golpecitos,
baja, sube,
lubrica en la suspensión que a mí también me duele,
velludo se hace el aire a mi vista,
asada y en abandono siento parte de mi carne,
echada a perder hasta la pierna,
sobresaliente y pegada como un muerto.
A súplica voy cayendo de orgullos y la corona
me queda a un lado.
Diurno y más ciego, nunca comprenderé
este nuevo sol.
Ahogado
Visto con mi pasado los hombros del planeta.
Dios es flojo, la iglesia estalla como multitud en las calles.
desciendo del cabello, fulgurantes pajonales.
El mensajero traía el sombrero ladeado. Ha muerto tu hijo.
Ha muerto. Fue de pronto. En las aguas, completamente
inocente, el cadáver lanza un ojo de plata.
La opulencia abre el primer libro. Estás en los cielos. Musgos
en los dedos y la muy fiel figura de los mares, una lengua de
cometa y el corazón dividido en ocho partes, como manzana.
Ya es pez, mira cómo vuela, también mustio
y llorando sobre un pedazo de tierra.
Al galope, con Jesús en las manos, y el espacio florea. Más allá
de exaltados árboles, tirada contra el sol, está la muerte.
Va para el Yuruán, tu hijo, incesante como la visión de anoche,
refugiado en el río que baja palmas y corozos, almendras y
plantas azules, y riega brillantes llanuras tras el monte. Son
frutas, son culebras, y tu hijo asciende, tu hijo y las tres rosas.
De nuevo a mi montura, potro rucio con su hueso de
apariciones.
Buen viaje, Diego, que te vaya como nunca, y ahogado
sigue lamiéndote algo violeta entre las vírgenes, y mirándome,
y en mi corazón será rey el diablo.
Me cubro. Y las mujeres repiten en voz baja maleficios.
Y Diego, yo, el llanto, en desvelada posición y ante el último
coletazo del tiempo.
Bajo un árbol
Al reventar la ceiba en su jardín de nieve,
el universo sale del fondo, las flechas magnolia
me ciegan, en temblor claro arde lo sensual.
Lo demás se dispara en desgracia deseada.
Con hojas de san francisco tápase el horno
donde la tierra tiene su fin. Crepita, y es luz,
humea, y es gloria, se abre, y al mediodía
se siente un desatino anidar en cada cuerpo,
gallos saltar hacia más allá:
fríos que no se conocen, montañas de añil agónico.
Lánzome sobre los sacos de maíz, frente a mis dedos
veo gajos de naranjas y al apartar algunos
¡un cielo uniforme, lejano, un contacto sin líneas,
y el zamuro, errante honor en el silencio!
¿Esta soledad es de otros, o siempre seré niño preso
en elementos vacíos, muslo en el zinc caliente, mota de ceiba
mecida entre sombras y amatistas, astro montado en sueños?
En suma, perfecta sacudida de un ángel.
El castillo, playas…
Contra la pared lanza el agua flores recogidas en Falcón,
gigante bailarín de la atmósfera, sepulcro taciturno.
La fortaleza saca el sol por último, lo agita como vela
sobre el dominio imperial, y la muerte avanza en junio
con séquito translúcido, más allá los hombres en cuclillas,
y en la opacidad la sal derritiéndose a manera de erizo
y en el pardo musicante la esmerada que ya sube
para llegar reventada a las puertas del mar.
El soldado da brincos entre el salitre.
Llovizna. Contra el musgo y estas murallas sin par.
El azul se inclina sobre el uvero. Las escamas como cielos.
Por encima del invierno, ya rotas, ciruelas, y un pie
sobre el porvenir, pero honor al cadáver del Jefe
que allí se ve tirado como ave fenicia, ocaso de todos,
montón largo, miel del tiempo barrida por la otra escoba.
El soldado chupa limón y abre la navaja.
Con la saliva ellos tragan la mala gota, con el fusil
sin carga, con el altar submarino, con las lanzas.
Al ponerse de pie la isla de enfrente, alma de pájaro se abre
y el tercero de los hombres enseña los dientes,
ha muerto, su caja se prepara para siempre.
El soldado mira a la derecha, distraído.
Y vino la ola más levantada. Estaba en el océano
a las once de la mañana,
estaba en la iluminación con su vuelta hacia el desecho,
estaba un ataque lila.
El soldado bosteza ahora bajo el día quemante.
Santo
En viernes santo eché la cara a un lado
como una estrella a bordo de la muerte. Azules
las letras del deporte, multitudes lanzan bocanadas
de histeria, salud perfecta, marchas de placer.
Y la joven suicida
cuando cumplía años
las veía desde su hermosa sangre de catástrofe:
ataviadas de violetas naftalinas, sol sin misterios.
Subí a la montaña desde donde Caracas palpitaba
en relámpagos surgidos del fondo de las nieblas.
Sin fulgores, entelada por humos, aquella altura
empezaba a brillar en alas de aviones, y al caer
la masa rojiza enviaba señales de amante, patas de color.
Me acomodé en casa de mi amigo, toqué objetos de cestería
mientras de algún lado la voz de Eluard salía en amor
y en el suelo el rey de oros soltaba polen hacia el ojo.
El santo sepulcro pasó hacia la eternidad.
Ahora bajo por el asfalto donde una culebra enseña
pintas de mariposa terrible, y un lago, agua al fin lunar,
trescientos metros más abajo, esgrime vigilante soledad.
Más cerca las flores acarician mi frente y el polvo
me rodea. Surgen restos de tiempo, hierbas que iluminan.
Sobre la vía principal la flecha señala peligro,
los guardianes custodian, los cerros se ocultan, asoman
las primeras casas,
y no hay jardines,
y no hay color denso,
sólo una compleja esperanza que se descubre como enemiga.
Volteo y en las alturas todo es calma. Jesús volverá
en nave espacial, desconcertado.
Fracaso
Bailo solito en el cuarto
y en alas llego hasta el espejo
y me hago caracol en un juego de alcances.
Yo: ¿quién escondió el papel que tenía junto al vaso?
Ella (desde el baño): ¿para qué lo quieres?
Y una frenética idea me limpia la frente
y pierdo afecto por la embestida, casi me aquieto,
vuelvo a acomodarme, acurrucado, imprevisible
en una estancia sin dones, en una mudez de entrañas,
dolor con cáscara, allá abajo físicamente gastado,
cada vez más desierto, ah el poco de verdad que nadie toca,
el grano de lujuria y esa amenaza contra el bostezo,
enemiga de la melodía, belleza henchida por la cama,
derramada
al lado izquierdo de la fe: en su garfio
en su fracaso.
Búsqueda
Ando buscando las cuerdas con que atar
mi duelo.
Las manos no me sirven, sus cinco dedos frágiles
están reacios a morder mi carne.
Un mecate largo como el del hombre que en La Ceiba
estiró el cuerpo entre las flores.
Un grito dulce que se enrede
a fondo de alma, y escueza y haga sangrar
al separarse de mi tupida conciencia.
Mis uñas no, porque están sucias
y ardorosamente me aman, porque se atacan
en el final morado, y son frías, y relucen
obispales en el santuario de un proyecto, de un ruido.
Algo que no me quiera
y le dé lo mismo colgarme o azotarme.
Un látigo azul, un clima tenaz de sueño,
una larva caminante que sin pasión oprima,
beba esta tempestad de honduras.
No mis brazos ociosos, verticales,
Empujados hacia la vida por un acaso
Y jamás puestos hacia arriba en posición de cruz.
No mis brazos, a mi pecho tantas veces tiernos,
alba de los giros muertos, barca de los devaneos.
Ando buscando lo que me estime y no me estime
lejos el bramido,
cerca el descalabro,
un amor que pueda sosegar
y un goce extenso como el golpe de mis mares,
altura de indiferencia , vino de los motivos, prontitudes.
Mala mirada
Lo mira el perrazo, en gris, con turbia lejanía
destrózalo en formas y lo desnuda y lo cambia
en musical trote, en velas que se envanecen,
en oleadas de aceite bañando la nariz angelical.
Míralo y musita ¿Qué se hizo mi gran amor?
agita las piernas como en el mar, su hocico de pez mujer
es miedo anaranjado, el sol sagitario
en hoja sagrada metiendo su Orinoco de esplendor.
Míralo arqueado en la táctica del séptimo sentido,
tejiendo malignamente la zurdería del padre:
y de modo vertical guiña el relance del volumen:
y nunca viose en corola cierta mancha atarantada.
Míralo a través de lo inflamable, es un zarpazo,
una ofensiva, un yerro, un santo en palto de polvo
que regresa al sitio con ramos y silencio. Míralo:
descansa como un globo de sangre en el destiempo,
dobla hojas con ritmo de silbo azul, con esferas
que huelen bellezas (único juego) e imprimen sesgos
junto al hueco, frágilmente niñas en el fin.
Míralo: de él se llegó a pensar que era maleza.
Tales cuentas
Una y otra vez la insistencia, ahora es pájaro,
ayer fue diente, arroja en tus adentros
la materia irrefrenada de un deseo.
Parte, busca al fin la raya donde quedes
tumbado para siempre, donde siga “aquí yace él”
y se vea entonces como desde un lago
un hombre tembloroso en mitad del cielo.
De madrugada, o mejor: cuando el sol apenas entibia,
te vuelves peligroso en cada gesto, afilas garras
y vas devorando lo que tan triste, lo que tan aparte,
con mordaza,
es tu amigo, tu perro, tu lengua de combate.
Eres todo un señor a las ocho, bañas y lustras
el cuerpo para hurtarlo a la belleza
y salir a la calle cantando por lo bajo.
Tal la alegría en este mundo de gallos en su pico.
Igual, igual, con el cuchillo que matas
estás matándote, con la mano que tocas
están tocándote.
Y allá jinetea lo malo, se harta de sí mismo,
encueva la fugacidad de verte quieto tras un árbol,
se aleja
y es aquella insistencia
una y otra vez
en la viscosa llanura hoy y siempre inexpresable.
Sábado
Este sábado seré el barbero de mí mismo, voy a cortar
un rayo que perturba el juego, a sacar de cuajo una planta
de ocio, fondo de la soberbia por encima, fábrica violada
por todos los perros inmateriales que están volando
en mi interior.
Espejo incestuoso de mi cara de pez,
vidrio que a mi rostro, a mi peluda
provisión de cuello, matas, o en segundo mortal
conduces a la duda, al cetro de un crimen a cada rato mal.
Mirada sin alimentos devolviéndome una soga rosada
y unos arbustos que se precipitan en el alivio
y una memoria que se piensa en vilo
y una membrana de melódica virginidad.
Monto así mi pieza cómica, la prisa sangrante
se une a la especie peluda cortada a filo,
se suma a soplos y a uñas aladas y a perfiles,
el agua entonces todo lo borra, lo mío se va al lavabo,
las pestañas, el movimiento de las manos, la desidia.
Me observo con descaro. Soy el sometido
cuya cacería se desplomó en desvelo, deseo, pérdida,
y con goznes de sol trato de equilibrarme,
me enderezo, finalizo en soledad
orgullosa de su tregu
Dentro de escena
Un hilo me sostiene en el teatro, me da calor
en las pasiones, tiñe mi cara de moho bermellón,
y brama mi torso en un silencio detestable.
Algo ha hecho de mí este vino intrigante, esta bebida
a tragos empujada hacia el cauce, hacia la despensa
de todo lo que sacude, cuelga, o ligeramente suspenso
va del elogio al desprecio, de la herida en brasas
a una lágrima rancia en el fondo, desierta en el tormento.
Me ponen una capa de paño, tan únicamente iris como yo
y llevando un papel entre los dientes, me tapo, pero en puertas
la geometría impalpable, un círculo de calmas,
y todo lo visto y tocado se convierte en pintura,
una hebra, metida en huecos , bocas, torceduras.
Entre Zamora y las mareas de la noche, tengo actos,
canso cortinas junto al vestíbulo y, estriado,
rojizo, brevísimo, avanzo furtivamente y en fracciones
me agarra la trampa, resisto por lo bajo afirmando pie,
pero no puedo, la cercanía es tan tupida, no teme a nada.
Aplausos. Un límite de divinidad echada de espaldas,
apaleada y sin sueño. Aplausos para el homicida.
Mal sueño
Agarrotado por momentos en un cajón espacial
y cruzando por mí mismo entre zurcidos heroicos,
vuelo por Atlánticos de tintas y yerbas somnolientas.
Mi posición inferior se hiere, húndese en una molestia
y si intenta sacudirse, mordida ya por una ciencia eléctrica,
levanta el goce hasta lo inerte y roza lo superfluo
con ráfaga de fracaso, con perturbada mano de mago,
con todo un irreflexivo arrinconamiento de impulsos.
Huelo el lirio electrónico y saco afuera tablas sensitivas
con flautas llorosas. Túmbase Cézanne, en cubos.
Álzase pura luz de arriba rompiéndose en Picasso la isla.
Madonna con el rostro empapado por un brillo de cobre, satánica.
Fuera de escena
En el sitio donde va la máscara, el actor simula
cabos de estratagema.
Modelo en una sola pieza, asimismo amarillo,
también trunco y sin repertorio.
Áspero, quédase sin escena. El loco.
Dándole la mano, qué mejor disfraz para un perdido,
dándole la boca, qué mejor consuelo, ficción de ficciones,
esbozo del ser donde caen todas las flores
y álzanse picos con sabor fantástico,
tramando ataques o bombardeando de modo castaño
cuanto parece piedad, cuanto parece víctima.
Menandro con el rostro bañado por filos de cobres, satánico.
Su figura
Hábil maestro de los ramos oía vapores
Y trazaba líneas incandescentes;
Era fuente de armonías.
Más aún
Su tiesura de loco seguía el zuis del bejuco
en lo más impenetrable de aquella selva.
Y todavía.
Y todavía doblaba las rodillas
Y no terminaba aquí.
No terminaba aquí. Tocaba estrellas
y con un tubo ensayaba la melodía mayor:
los danzarines despegaban del espacio
y con sus gestos manos arriba, sus orejas inteligentes,
sus guitarras de alarde,
hacían reír al hábil maestro.
Siempre, al estar solo, dibujo su figura,
hábil maestro, transformación y vida.
Teatro I
Teatro I. Pájaro silbador. Cuarto oscuro. Diez.
En las obras completas está el secreto, una oda
si estás enfermo, una elegía si oyes música,
un canto sostenido si quieres vivir hasta el final
detrás del cuchillo, matando a sílabas la última palabra.
La vista el lago te hará menos sombrío, morando,
y tendrás Virgen con un puñal de dientes, entre hojas.
He allí tus placeres. He allí tu sitio en este mundo.
Flores, objetos, cables, humos, cenizas.
En cambio tu primera edición no saldrá, tú no saldrás
nunca, ay ese nunca de uña romántica en el alma.
Pálidas las astucias del idioma, agotadas.
Y eternamente tú como sacando la nariz por la ventana
y volviendo al libro
y cerrando toda posibilidad de aire.
Tú, naranja fraguada en hermetismo, licor
que rueda por el pecho.
De modo, gran tristeza, que cuando la joven pregunte
si quieres café,
dirás no, gritarás no, y otro no, y más no.
Grave, infeliz, ocasional,
ponte el cartelón: vacío en tu memoria,
corriendo como una idea en la vuelta del sol
y siendo el retoño de lo que murió en el acto
clavado, tonto, superficial, lisiado, lejos.
Piedad
Cuando muestras esa palidez de baja luna
y triunfa la guitarra acá, El Mesías se va al circo
entre besos de niños.
Se mantiene en el cordel
para mirar vastas praderas desde arriba,
y en colgante inutilidad vacía,
pendula, hace equilibrio en el dolor.
Y al morir, como es verdad que muere,
tú vuelves a resplandecer, puro amor.
Abandonado
Un frasco atravesado por ámbar, un cuchillo,
Una voz que sube hasta la lámparaa, colgada a toda araña,
Un santo que se lleva las manos al pecho
(él tiene miedo, ilusoria fulminación de luces),
un viejo plato de pared, con sus morados lujuriosos,
y al centro, gallo de plumas en la cola como un ocho.
Esos seres que apenas si aman la forma
y están ahí, otoñales en los montones, madres bellas
en un hospital de inventos.
Esas frutas en desnudez junto al cristal de Bohemia,
al inicio de violines y en períodos de fuga.
Enigma
Ya muestras tornillos de sufrimiento, ya agitas
ocres con párpado
a pinzas levantado
sobre el canal del planeta, lobo.
Sobre mi herida espumante y sin corona. Ya.
Cruel naranja que te partes, ácida
hasta en el amor que de mí chupa
y me da bagazos en el rincón,
me abandona, me liquida. Naranja sin ternura.
Nada hace tu nariz oliéndome, tu cabeza
tirándome a lo seco, ni la embestida;
nada logra pasar en sombras por mi cuello.
Cuchillada de duda pones en mi hora.
Podas sin piedad, mi flor, mi espina,
vas a dejarme liso, vas a meterme en cama,
dándome sólo espasmo como arma,
hincándome agujas en cada pata. Podas, podas,
y quedaré cuerpo, quedaré nada.
OTROS POEMAS (1967-1993)
Ávila mortal
Verde clueco y ya maldito, a ti en el Ávila
te quiero, verde al que no han visto
cómo se enmaraña en absolutos, cómo se entigra en almas.
Vienes ahora con tu sol a una revuelta cama
y te metes en mí amarilleando aguas que son cielo;
ya revuelcas mi humor, ya avanzas y enloqueces
bulbos y ya eres tierno y ya fuiste rosa.
Te levantas, un esplendor de cápsulas, un latigazo
sobre los mil ojos que hacia ti retroceden escarbando.
En el cuarto mi soledad tira de la honda
y suena tu vientre un sabor alterado, un eco roto.
Tú eres mi fuego taciturno, perturbas y sacas de mí
ese cruce de carácter que en su alzamiento atardece.
Pienso que tu loma fue antes curva sin deseo
y me mato por dentro viéndote, más cerro entre los cielos.
Ávila verde, nóumeno de la gloria, color tuerto,
loro en incidente, alhaja, pintura incendiaria,
calma en mí este temblor
que por paredes se despluma hacia aceras,
pútrido, hirviente, colando de sí mismo como rama,
inflando su volcán de raspaduras.
Otro naufragio
Más allá de la oscuridad de los espejos,
la quijada fea,
y solo,
sin rasurar,
un pelo siniestro que entra con hábito de luz.
Se oye cántico de iglesia.
Serenidad en los retratos. La señorita en un pie
trata de volar, monta arabescos de alma
para mí, todo música en el prodigio de la tierra.
Alguien debe temerme, pido agua,
empujo las puertas con extremo cuidado,
tras la primera aparece una cerámica,
después de la segunda enredaderas hasta el techo
y en la última, ya es 26 de enero
explota el sol.
Con esta emoción podría ligarme a las esencias
y moverme, vibrante, melódico,
como un bote azotado por el viento inapresable.
Caballos de ayer
Tales caballos levantan largo regocijo, aquí y allá,
penetrantes en el sueño que de golpe salta de sus ojos.
Vienen de lejos, más allá de la laguna, con fuerza oscura
que castiga los escombros del día y suena música de viajes.
No traen la gloria reluciente de los mitos, huelen a carne,
corren en desbandada hacia un límite invisible, se encabritan,
se calman y hábilmente se sitúan entre el paraíso
y las lomas de ayer, coronadas por el deseo, ya exhaustos.
Al fondo, naves del tiempo con tempestad de oros
tocan algo imprevisto y las crines se alzan en el espanto
y los bufidos desparraman soles en la espuma
y el instinto se escapa entre zumbidos y perfumes.
Atrasan aquel horizonte azul antes que la lluvia
asuma virtud de vino y bañe hasta el final
las transparencias de los cuerpos, bautista de mi selva,
privilegio de mis aguas. Lanzan luego mirada
hacia lo oculto, de abajo a arriba, y se disparan.
Sus yerbas, su venerado mastranto, los ijares de sudor
pasan volando con la tarde, y en sus cascos
la hora funeral estremece ciertos muros
que dividen campo y pueblo con un zas de muerte.
Primero los de azabache y sombra, después los untados rucios,
y los blancos de narcisos trotes y los de manchadas frentes
ocupan con rapidez las esquinas, como ejército, tejido,
ola de patas lustrosas, inundante vaho de orgullos.
Tales caballos esclavizan mi memoria, la atan
al lugar donde habita, intermitente la palabra:
su lejana vibración cambia de color en un aire denso
y se oye un galope de prodigios a distancia, por allá,
entre ríos y sabanas, encadenando misterios
en medio de la polvareda, último respiro del espíritu.
Tales caballos. Aquella movilidad fragante, su apoyo,
Y los lomos como en guerra y el viento devorado por la Nada.
Objetos y sujetos
El zapato envejecido y sin pie, tímida idea
del abandono, su medianoche por tanto uso
condenado a la fatalidad. Y el otro zapato
y la cama tantas veces explorada por los sentidos,
ahora es desorden, con parálisis de sueño.
La cortina a medio cerrar, la luz ahogada
pero que de todos modos penetra y levanta el polvillo
oblicuo, más terrible mientras más se abre el ojo.
Los libros a los lados, uno donde habla I Ching,
el otro con los labios anhelantes de Marilyn
y la avidez de las pastillas somníferas:
goteras de la muerte, lanzamiento plano hacia el suicidio,
o la hipótesis de que Dios existe cuando partimos.
El texto perdido que de pronto aparece, las biografías,
la cita buscada en la mente y que al fin resurge
en el momento crítico, los tomos abiertos y reabiertos
sólo por el vicio de mirar castillos, príncipes de oro,
edades sepultadas a las orillas del cielo.
La lectura a trozos, con interrupciones y letargos,
como la esperanza y también las prórrogas y el sol.
Los movimientos en el baño, un ruido seco,
el agua repentinamente libre aunque siempre
sometida al hábito que mata. La tensión en el minuto
mudo que lanza sus colores y se atavía, y perfuma.
El deseo de dormir, el deseo de salir,
La decisión y la indecisión
y la reseña de lo que se ha hecho entre la promesa
y la verdad. El fragmento de uno mismo.
La pregunta frente a la pantalla iluminada.
Todo finalmente yerto, cadáver del tiempo
de cuyos labios no saldrá jamás de una palabra.
Terrorista
La puerta cerrada indica que no debes pasar,
ahí justamente devorado por el desvío.
Tu camino es un trazo cuya marca inscribe
lo que niegas: inasible en el mismo sitio de la trampa.
Ofrécete en el trozo de equívoco que eternizas
y ponte lívido, como aconsejan los más sabios.
No pretendas ser vencedor en tal batalla.
Tras la mata, escondido de tu sombra,
qué esperas, niño curioso, ojo de mil luces
yendo de aquella inocencia de verano a esta mecánica
languidez del cielo que, como gota, al fin desplómase
en riquísimo silencio.
Trágate la frase plena o déjala temblando en la
punta de la lengua, empápala de saliva,
ensúciala con los fondos del alma, conviértela
en polvorienta seña de los años.
Sé la conciencia del clavo
que, enterrado, vivía su vida de gozo. Sácalo
y déjalo en la duda, con temblor de juego:
Terrorista, afílate largamente en las tenebras.
Ábreme la herida
Ven y ábreme la herida.
Quiero de ti la ofensa,
la palabra que me ponga en dolor,
en el abajo de los abajos y sin nadie.
Quiero de ti el negado Paraíso, aun sin ti.
Basta del paso sosegado,
de esta quietud de sombras. Quiero que me metas
en la queja, surco hondo del rencor.
El saldo simple, la cancelación de lo que me fue dado.
Quiero de ti el desespero, aun en la esperanza.
Logra en mí la angélica posición
del cuerpo.
Contémplame desde ese aparte sin número
Juzga mi adentro desde tus afueras,
embravece mi preciosa intimidad, viólame
y sácame de ese punto fijo. Mátame con lo tuyo,
pura inundación del Ser.
Dame el toro, la lidia interminable.
Ludovico sin canciones
El Ávila ilumina límites más allá de la tenebra,
y tú acumulas orquídeas a orillas del latín.
Suenas en los bajos fondos del espíritu, luces
el golpe y el temblor, fantástico toro de Marx.
Y cada animal se te acerca, te huele y te penetras,
saliendo ebrio de tus vinos y canciones, sueltos,
con orejas abiertas al mundo, brillantes en la noche,
y con oscuras preguntas en la mañana de torturas.
Te calma la muerte que se acerca, te cerca el alma
de la muerte, y los licores tejen la red y te amarran.
Ludovico de la mandolina y los cristales. Garcilaso
con Apollinaire al costado, ególatra anaranjado,
crítico de tu corazón y sus dulzuras, espanto
de las palabras que consumen lo último del fuego.
Todavía eras Dios cuando agonizabas, y eras nada,
Parpadeante la estrella al borde de la cama.
Aún había jardines en la complicada esperanza,
olores densos, espera antes de aquel derrumbe.
Ludovico, borracho rey de oros, salud imperfecta
situada en la vuelta del tiempo, sepulcro volador.
Ludovico que miras hacia atrás y el polvo te envuelve
y libros y cuadernos te señalan, sostienen, alzan
y a mordiscos sacan milagros de tu amor. Ludovico
rescatado, párpado loco del suicidio, voz de cielo.
Primer viaje
El General Gómez apareció ante mí
envuelto en la bandera nacional, al pie del árbol,
a punto de escapar los galos hacia la orilla.
Al llegar al Cuyuní, aún temblaba su imagen
en las profundidades, y también al pasar el salto
y luego, insistente, al desembarcar bien lejos:
lugar de selva que me enmarañaba el alma.
Su visión me persigue todavía:
en el bar, en la biblioteca, entre los papeles
a los que pago servidumbre. Su voz
sale de los rincones y ahoga la palabra que no digo.
Tantos años y El Dorado, la falca, las lustrosas aguas,
el balatá amontonado, el prefecto y los rápidos caballos
no cesan de volcarme en tiempos sin sosiego.
Segundo viaje
En la casa había un jardín donde a tientas
Se buscaba la flor celeste o extendida trinitarias,
Muy cerca de la jaula del misterio. Se avivaba el sietecolores
Y yo miraba, ávido, inalcanzable frutas.
Las cayenas abiertas bajo el zinc tostado
Por lejanos vientos del Atlántico.
Y al entrar al cuarto, colgado de pared que olía,
Jesús con una mano sobre el pecho. Era él.
La calle con sus polvos de oro, humeante al mediodía,
Y aquel que daba saltos, conocido como El Griego,
Fumaba pipa y alzaba la cabeza como anhelando cielo.
El negro, sudoroso, se inflaba con músculos
Que levantaban extraordinarias cargas. Respiraba hondo
Y luego hablaba de paisajes y huellas del pasado.
En El Callao le dije a mi Jesús que se calmara
Y todo fue entonces temblor aplacado, serenidad
De quien entraba a su reino de silencios.
Tercer viaje
Dominaban los azules en aquella batalla de cielos.
La tarde se iba alejando en las vueltas del río,
y tras las rocas, sus reflejos
alzaban castillos, vastas posesiones
del tiempo que corría hasta otra orilla.
Cambiaban los cristales, ojo a ojo brillaban
luces de acacias, ramajes de colores incitantes.
Me sentí mirada devuelta por espejo.
Era crepúsculo y el Sol traspasaba confines.
Tras el muelle los pájaros cantaban
últimas músicas de olvidado Paraíso.
Las cosas se mudaban de sitio, los escapes
conducían a un final de laberinto.
Fui así memoria del mundo sin memoria.
Era la noche con sus variables signos,
espesa su pasión hermética, lentamente encaminada
hacia el vacío. No vi más aguas.
Solo atiné a divisar un puerto desolado,
a gran distancia de mi sitio de linaje
y a la espera de un suceso sorprendente.
Noveno viaje
Era mediodía y todo se iba alejando,
daba vueltas el río como enroscando sueños,
y lo blanco espumaba en rocosas paredes.
Cambiaba yo de cristales, ojo a ojo brillaban
luces en un atracadero de aspecto suicida.
Alto llegaba el vuelo, llegaba yo, pájaro,
y desde arriba saludaba al puerto y sus tesoros.
Al regreso, soplaba viento del noroeste,
venía desatado en lirios y animales voladores
con fósforos alunados que alumbraban según la hora,
o se apagaban para envolverme en sombra memorable.
Se desleía el horizonte y volvía a mí
espantosa quietud, semejanza de otra conciencia.
Puertos de río, invariables en el instante
en que el tiempo se detiene en los muelles.
Viaje imaginario
Hacia la plaza que luce un fulgor de multitud disuelta,
rectamente, no como filósofo engreído, tampoco
montado en máquinas litúrgicas, con orejas lavadas en cielo.
Hacia la costa, con su vuelco al otro lado,
y hacia la roca que estalla en la parte alta de la esfera.
Hacia lugares previamente determinados por el azar.
Hacia el este de Caracas, matando tulipanes y abriendo el ojo
para leer qué ocurrió el 15 de noviembre de 1903.
Hacia la división de la inteligencia y las pasiones.
Hacia el mar, que me aterra en sus honduras.
Hacia una montañas de olorosos árboles,
hacia ese sitio, entre pinos, por mí preferido,
y hacia el sol apagado mientras pienso en Dios.
Hacia la vanidad, sombra apenas del objeto.
Hacia el altar del tiempo y hacia Río Chico,
para aclarar lo sucedido alguna vez, de mañana,
en el patio, bajo matas de grosellas, junto a barriles fríos.
Hacia las penas, hacia el paso último,
va mi corazón.